sábado, 1 de enero de 2011

Amanece enero

Esta noche ha transcurrido con los excesos propios de la ocasión: trasnochando e ingiriendo bebidas y comidas excesivas para una cena. Y aunque no me he acostado lo tarde que cabía esperar, he dormido con las molestias de una digestión pesada. Al final, he optado por levantarme de la cama empujado por los petardos que todavía resuenan en la calle y el insomnio de un organismo exhausto. Confieso que estoy acostumbrado a madrugar a condición de estar dormido antes de medianoche. Es un hábito adquirido por imperativos laborales y condicionamientos biológicos: prefiero el día a la noche. Nunca he comprendido a los que les agrada estar hasta las tantas divirtiéndose o trabajando para luego levantarse a mediodía. Desperdiciar una mañana durmiendo me parece una pérdida de tiempo. Ver despuntar el día te permite aprovechar la jornada con más intensidad, al menos en mi caso, que estirando las horas hasta la madrugada. Comprendo que son costumbres, tan respetables todas, pero enjuicio unas más coherentes con los ritmos naturales que otras. Y lo natural, para mí, es dormir por la noche y mantener la vigilia durante el día. A otros les placerá lo contrario: cuestión de gustos.



El caso es que la pasada noche hice una excepción, como hicieron hasta los más recalcitrantes de cualquier formalismo. Aguardé hasta la medianoche para celebrar el cambio de fecha, brindando con jolgorio por tan fugaz acontecimiento, que ya se había producido en un extremo del planeta y dentro de unas horas se produciría en el otro. Cuantificamos lo inaprensible, y su huella en nuestras vidas, como es el tiempo. Y celebramos, no su paso, sino nuestra supervivencia sobre una dinámica imparable que causa vértigo en la consciencia de la existencia. Nos ayudamos de símbolos para saber que estamos vivos. Los símbolos son boyas que señalan lo que no vemos, límites imaginarios para parcelar lo infinito. Los años son las boyas que nos permiten contar el tiempo, una contabilidad con la que imaginamos medir la eternidad y percibir un sentido en su discurrir.

Anoche el tiempo transcurría de un año para otro, pero más que celebrar la efemérides del inicio de 2011, en casa se festejaba una triple coincidencia: cumpleaños de fecha, de edad y de boda. Demasiadas boyas. Tal vez por eso me desvelé: con tantos símbolos era imposible conciliar el sueño. Sin embargo, la luz del amanecer me descubre elucubrando sobre algo tan fugar como el tiempo. Y no hay nada tan hermoso como ver amanecer. Feliz día de año nuevo.

No hay comentarios: