jueves, 30 de diciembre de 2010

Pachelbel para el nuevo año

Aunque uno no quiera, el espíritu vuela en estas fechas tan dadas a divagaciones y balances vitales. Las promesas nunca se cumplen y los cambios jamás se producen, pero nos disponemos a intentarlo mil y una veces. En esos momentos de gozosa soledad, en la que procuramos engañarnos a nosotros mismos, al menos nos alejamos del bullicio y de la parafernalia para recrearnos en la esperanza del porvenir.
A todos los que sueñan y recorren invisibles estas páginas, les dejo los acordes al piano que siempre me han acompañado cuando acaricio la felicidad: escúchenlo. Gracias y feliz 2011.

martes, 28 de diciembre de 2010

Adiós año malo, ¿hola año peor?

Despedimos 2010 sin pena, como sacudiéndonos un peso de encima, pues ha sido un año lleno de dificultades y problemas; y no me refiero sólo a la crisis económica. Durante los últimos doce meses se produjeron cataclismos que diezmaron a poblaciones enteras, aunque ahora, entre cavas y mazapanes, nos cueste trabajo recordarlo. La memoria es traicionera y selecciona sólo las cosas buenas. Por eso ya casi no recordamos a Haití, un país asolado por dos desgracias durante este año maldito, que se suman a las que jalonan su historia: el terremoto que costó la vida a 200.000 personas y la furia de un huracán que volvió a golpear lo poco que quedaba de dignidad ante los ojos que contemplan impasibles el sufrimiento de uno de los más depauperados países del mundo.

Tampoco nos acordamos de Pakistán, medio ahogado por las lluvias torrenciales que arrasaron con todo y dejaron un rastro de 1.600 muertos y más de 20 millones de damnificados. O de los campamentos de refugiados en el desierto, abandonados a su suerte por quienes deciden el nombre de las patrias y el destino de las personas, para que sean desmantelados por la bota militar del reyezuelo “amigo” que gusta de ademanes imperialistas ante nuestras propias barbas.

Olvidamos aquello que creemos no nos afecta porque sucede lejos, lejos en la distancia y lejos de nuestros intereses. La mayoría son catástrofes naturales que golpean los extrarradios de la civilización, sin apenas afectar a nuestra conciencia. Como mucho nos mueve a depositar un dispendio en la hucha de una caridad que nos ayuda a conciliar el sueño. Por eso no nos gusta recordar.

Sin embargo hay que hacerlo, no sólo por hacer balance de lo acontecido, sino porque no vivimos aislados, independientes unos de otros. Tenemos obligación de conocer el solar que habitamos y donde desarrollamos nuestras actividades. Y este solar llamado mundo es un lugar donde la mayoría de la gente sobrevive a duras penas, padeciendo calamidades y enfermedades, donde se muere por hambrunas y por espasmos violentos de la naturaleza, pero sobre todo por el egoísmo y la insensibilidad de una minoría que tuvo la fortuna de nacer en las áreas confortables de un primer mundo que explota al resto.

Vivimos en la época de la globalización, palabreja que no sólo permite que yo compre un coche japonés o adornos de navidad hechos en China, sino que impone un orden económico mundial que oprime países, establece leyes y marca precios para extraer materias primas, productos y riquezas que sirven para mantener nuestro nivel de vida. Gracias a la globalización podemos incluso “descolocar” nuestras empresas y exportar nuestros valores culturales (léase mercantiles) a países cuya mano de obra y falta de derechos laborales posibilitan unas ganancias incomparables con las que se obtendrían en nuestros terruños. Por todos esos motivos miramos hacia otro lado cuando, para nuestra comodidad y elegancia, obligamos a niños a trabajar en edad de jugar y por un salario que ni siquiera en su mísero país lo va a sacar de la pobreza. Por eso preferimos dar una limosna caritativa cuando, a causa de esas relaciones internacionales de poder, naciones atrapadas en la edad media no pueden evitar que sus recursos sean explotados por consorcios transnacionales que no dudarían en imponer sus condiciones a la fuerza, si fuera necesario.

Vivimos en un mundo en que una minoría puede cambiar de vehículo, antes de que llegue su obsolescencia programada (“un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios”), por el precio con el que se construiría una escuela en Haití. Somos afortunados de que nuestras inundaciones sólo destruyan televisores, frigoríficos o coches, pero no somos conscientes de que pertenecer al primer mundo o al tercer mundo es cuestión de suerte: de tener la suerte de nacer en uno u otro. Con nuestra insolidaridad e insensibilidad participamos de la desigualdad existente en el mundo, contribuimos a mantenerla cada vez que rehuimos conocer lo que sucede.

El poder no se ejerce sólo de forma represiva. Nosotros formamos parte de su discurso y contribuimos a su ejercicio cuando lo aceptamos y lo validamos como inevitable. Es posible que no podamos enfrentarnos a este estado de cosas, pero podemos conocerlas y rebatirlas, podemos desenmascarar el poder. Para empezar podríamos no olvidar. Doscientas mil personas muertas por un terremoto en Haití son motivos más que suficientes para ello. Para hacer balance y proponernos que en 2011 se produzca un gran cambio: el que nos permita rebelarnos contra el conformismo que nos atenaza y paraliza toda acción. Despertemos la curiosidad por conocer, para actuar. Es mi mayor deseo para el nuevo año.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El mejor regalo de Navidad

Es menudita y delicada, quejosa de todo cuanto le molesta, con los ojos abiertos a una luz que no conoce y unas manos inquietas para aferrarse al calor que la consuele y la proteja. Así es mi nieta, acurrucada en los brazos de mi hija dolorida por un parto que no acababa de alumbrarse y por las incertidumbres de unas horas eternas en las que la familia se alternaba para infundirle ánimos y cerciorarse de los centímetros que no dilataba. Fueron diez horas para que la nieta, frágil y bella como un pétalo de rosa, fuera extraída del vientre confortable que la abrigaba. Todo dolor y todo sufrimiento son aceptados cuando el llanto de una criaturita y la cara de una madre agotada, incluso bajo los efectos de la sedación, confirman un feliz desenlace. Los besos y las lágrimas dan la bienvenida a la hija y una nieta que nos hacen sentir la Nochebuena más plena y dichosa en mucho tiempo. Es lo más próximo a la felicidad que ninguna Navidad podría depararnos. Gracias hija, gracias nieta.

viernes, 24 de diciembre de 2010

24 de dciembre

Hoy es un día en que la rutina ha sido arrinconada por la inseguridad. Lo de menos es que sea Nochebuena, tan insustancial en comparación con lo que me llena de preocupaciones. La segunda de mis hijas ingresará en una clínica para inducirle el parto. Soy sanitario pero no galeno y toda la familia me interroga como si fuera experto en todas las especialidades médicas. Desconocen que en estos trances preferiría tener la osadía y la ceguera de los ignorantes, que confían en quienes depositan su confianza. Yo sólo soy experto en temores y desconfianzas, prevenido de toda complicación que siempre puede tener lugar. Por eso la ropa no me llega al cuerpo cuando una hija mía va a participar en el engranaje impredecible de los acontecimientos que sacudirán su vida, para lo bueno o lo malo. Confío, como todos, en que el parto se produzca sin contratiempos, a pesar de ser inducido por consideraciones del ginecólogo, que así lo estima necesario. Son esas consideraciones las que me ponen en estado de alerta porque ignoro las causas que llevan a acelerar un proceso natural ya de por sí angustioso. Algo incuestionable si lo padeciera un extraño, pero en la mirada inquieta de mi hija, que busca apoyo en la mía para hallar alguna seguridad, me produce pánico. Mi hija espera a una niña que podría ser la mejor ofrenda de esta Navidad. Es lo que aguardamos todos, aunque a mí me parezca que fue ayer cuando ella era sólo eso: una niña.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Año nuevo, buenos humos

Ya se ha aprobado en el Congreso de los Diputados la ley que vetará la posibilidad de fumar en los espacios públicos cerrados a partir del próximo 2 de enero. Se trata de una de las leyes antitabaco más duras del mundo, sólo algunos Estados de EE.UU. son aún más estrictos, y que convierte a España en un país muy restrictivo para el fumador. A partir de esa fecha estará prohibido fumar en todos los locales públicos de ocio (bares, restaurantes, bingos, casinos, discotecas, etc.), en los centros oficiales (hospitales, centros de salud, delegaciones administrativas, juzgados, comisarías, escuelas, institutos, etc.), medios de transporte (aeropuertos, estaciones, taxis, trenes, autobuses, etc.) e incluso en el perímetro de colegios y parques infantiles, desapareciendo aquellos cubículos en locales donde se permitía hacerlo.

Se ha pasado de la imagen reproducida hasta la saciedad del fumador como signo de modernidad a la de repudiar abiertamente su consumo por ser un producto legal que mata, como se advierte en las propias cajetillas. Ha tenido que crearse una ley para discernir lo que la educación de los fumadores no consigue comprender: que el no fumador tiene derecho a respirar aire no contaminado por la combustión del tabaco en aquellos espacios que ambos comparten, máxime cuando las estadísticas epidemiológicas demuestran cada año los efectos nocivos para la salud de la inhalación del humo del tabaco, no sólo para los fumadores, sino también para los no fumadores que respiran ese aire viciado. Según Sanidad, el tabaco es la primera causa de muerte evitable en España. Para constatar esta evidencia no hace falta más que girar una visita a las consultas de respiratorio de cualquier hospital.

Ante esta falta de educación de una minoría que llena de humo cualquier local, la ley impone el derecho a la salud de todos, como bien común, frente al derecho particular a envenenarse con lo que se apetezca. La ley se decanta por defender la salud pública. Y aunque es cierto que hay otras cosas igual o más dañinas que el tabaco, ello no es óbice para impedir que se empiece a regular precisamente el tabaco, puesto que esta sustancia afecta a sectores de población (niños y no fumadores) vulnerables como “fumadores pasivos”, a quienes se le impone el humo sin desear soportarlo, cosa que no se produce con otros tóxicos.

Con todo, la ley es polémica. El gremio de la hostelería teme que, por la rigidez de la normativa, se reduzca el número de clientes, lo que impactará negativamente en un sector con gran peso en el PIB. Pero, más allá de estos factores económicos que deberán contrastarse, se acusa a la ley de inútil para disuadir a la gente de fumar, como pasó con la norma anterior que era masivamente incumplida. España es el país donde la tasa media de fumadores aumenta, al contrario de lo que sucede en el resto de Europa. Y aunque el 65 % de los ciudadanos no fuma, era raro encontrar un espacio libre de humos. Y eso es precisamente lo que persigue la nueva ley: que fumar sea un hábito privado, no una imposición pública, para que los “buenos humos” dejen de ser una excepción. Con o sin ley, no deja de ser una cuestión de educación. ¿Aprenderemos ahora?

martes, 21 de diciembre de 2010

Navidad de Babel

A los que nos buscan o nos hallan al azar, a los que les defrauda o les gusta, a todos los que recalan por el motivo que sea en estas lecturas, gracias por dedicarnos unos segundos de vuestra atención y de vuestro tiempo. Por eso, aunque sea Navidad, quisiera expresaros nuestro agradecimiento por iluminar este Lienzo con la luz de vuestros ojos. Simplemente, gracias. Y muchas felicidades.

domingo, 19 de diciembre de 2010

¿Qué quiere el mercado?

El mercado, ese mosntruo que ahora nos devora inmisericordemente, lo quiere todo. Antes se conformaba con la parte sustancial del beneficio, pero desde que perdimos las referencias de cualquier alternativa, desde el derrumbe del espejismo que nos ofrecía el comunismo, el mercado no admite más máscara que la de su verdadera faz, quitándose la careta del rostro humano con que la socialdemocracia intentaba cubrirlo. Impaciente, el mostruo se despoja de ella ante el colapso de esa socialdemocracia a la que los hijos de sus beneficiarios han dado la espalda, incapaces de reconocer su viabilidad cuando el mercado impone sus reglas. Con el muro de Berlín también cayeron las utopías que nos predisponían a construir un futuro mejor, pero el pensamineto único que el neoliberalismo triufante, desde Reagan y Thacher, hasta Merkel y Sarkozy, ha anulado cualquier voluntad de resistencia, instalándonos en un conformismo suicida que no discute la hegemonía del mercado, que ha acabado convirtiéndose en un mostruo globalizado que domina el mundo. Ello ha llevado al agotamientro de una socialdemocracia que no encuentra nuevos horizontes que ofrecer ni valores que ilusionen a unas multitudes sumidas en la vacuidad de unas existencias atrapadas en la anomia.

Ver: El colapso de la socialdemocracia.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Almanaque Cuadernos de Roldán

Día desapacible, por el frío y la lluvia, que invitaba a quedarse en pijamas en la casa, con el infiernillo templando la habitación y una taza humeante de buen café que acompañase la lectura reposada de la prensa. Pero hoy se entregaba en el bar Dueñas, sede de la asociación, el Almanaque de Cuadernos de Roldán, una cita obligada que los “inquilinos” no podíamos perdernos. Además, la edición del presente año, según la sugerente invitación, prometía novedades al sustituir las láminas de cuadros por fotografías en blanco y negro. Había que ir.

Carlos Becerra y Pepe Aguilar seguían siendo los encargados de la administración y entregaban los almanaques a aquellos socios que los iban requiriendo, tras cotejar fielmente en el listado que todos conseguían el que les correspondía. El resto estaba a la venta para sufragar gastos.

Recogemos el almanaque que, en esta ocasión, no tiene una presentación a cargo de sus autores con la acostumbrada lectura de poemas y la proyección de las imágenes que los acompañan en las páginas dedicadas a cada mes. Al ambiente frío se unió una escasa participación y la inexistencia de ese acto formal de presentación, por lo que optamos por volvernos a casa con nuestro almanaque a buen recaudo, metido en una bolsa de plástico. Dejamos allí a Carlos y a Pepe con sus obligaciones voluntarias que, afortunadamente, son reacias a dejarse llevar por las adversidades, sean climatológicas o individuales. Me pregunto, cuando me dispongo a contemplar el Almanaque en el calor del hogar, qué será de Cuadernos y de sus poetas y pintores excelsos el día que estos dos maestros jubilados se cansen. Pero me libro rápidamente de ese pensamiento, pues me estaba dando frío, mientras leía el poema de R. de Cózar:

Y eso somos, sólo sombras, sólo eso,
sobre el tapiz líquido del tiempo,
bocetos de vivir hambrientos
o de rozarle a la vida de perfil,
siluetas al fin, soledades sobre la arena
y el viento
bajo los reflejos del sol marfil
y de color del hueso, sólo eso:
unos ecos sonoros en la memoria
y un puñado de sombras en la historia.

Cuadernos de Roldán. Almanaque, abril 2011.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¡Felices fiestas!

Este es el deseo que por doquier recibimos a través de anuncios, letreros luminosos y saludos con las personas que nos cruzamos por la calle. A pesar de ser una convención imposible de eludir, no deja de ser una expresión sincera. El único espíritu que la mayoría de la gente percibe de la Navidad es su naturaleza festiva y, por ello, nos felicitamos tan efusivamente. El primitivo germen religioso que pudiera albergar sirve de excusa para el descanso momentáneo, la fiesta y el consumo desenfrenado. Y aunque persisten ramalazos entrañables, como las cenas que reúnen a toda la familia o las uvas en torno al televisor para despedir el año, el resto de la liturgia ha quedado congelado en una postal amarillenta de cuando se acudía fervorosamente a la misa del gallo o a cantar villancicos de puerta en puerta.

El consumo ha aposentado su hegemonía, con toda su secuela de despilfarro y derroche, hasta desfigurar aquel sentido de la Navidad relacionado con la Natividad y Epifanía de Jesús. Por eso ya no se felicita la Navidad, sino la fiesta. Y el que la alude lo hace víctima de una confusión al considerar que la Navidad es sinónimo de fiesta, no de celebración simbólica que para los cristianos encierra el nacimiento de Cristo, aunque el hecho no se corresponda con la veracidad histórica y se haya hecho coincidir con la tradición aún más remota de las fiestas del solsticio de invierno.

En cualquier caso adoramos la diversión y la oportunidad de apartar por unas fechas las obligaciones y las fatigas. Ya desde niños aprendimos a relacionar la Navidad con vacaciones y regalos, la paga extra o la esperanza de la lotería. El humilde belén quedó arrinconado por los oropeles de las guirnaldas y los abetos resplandecientes de lucecitas y bolas de colores. Los brindis exquisitos y las prendas de estreno entraron a formar parte de la parafernalia lúdica con la que había celebrar fuera de los hogares la entrada del nuevo año. Y apuramos los días y el bolsillo hasta quedar exhaustos de comidas, bebidas y gastos cuando deberíamos haber procurado aprovechar lo que tanto materialismo no consigue: el abrazo de los seres queridos y la mirada luminosa de los hijos o nietos asidos de la mano, la pausada conversación con quienes vuelven de la distancia o el recuerdo emocionado de los ausentes.

Para los que añoran la Navidad y huyen de las fiestas, aunque sea por la crisis: ¡muchas felicidades!

martes, 14 de diciembre de 2010

La crisis del periodismo

El periodismo se halla sumido en una profunda crisis que, para ser honestos, afecta a todos los sectores, menos al político. Pero al contrario que los bancos, no gozará de generosas ayudas estatales para evitar la decapitación de algunas cabeceras, por muchas fusiones y cambios de accionariado que se produzcan. Es algo que está pasando y lo estamos viendo. No obstante, la profesión siempre ha tenido épocas de relativo auge, en especial para sus grandes figuras y los medios más prestigiosos, que se alternan con otras de profundo desarraigo en la consideración social. Que de ello tuvieran mucho que ver los propios periodistas, es algo innegable. Siempre han convivido mediocres entre los buenos profesionales en cualquier actividad. Lo preocupante es la proporción de unos con respecto a los otros a la hora de medir el estado de salud de una profesión. Abundan los primeros en períodos de relativa bonanza y permanecen los segundos cuando se tuercen las expectativas y surgen los conflictos, como a los que estamos asistiendo en la actualidad.

Pero es que, además, el periodismo ha pecado de una excesiva sumisión frente al poder, ya sea político o económico. Las denuncias que ha aireado se dirigen contra el que abusa del sistema, contra la corrupción más burda y descarada, pero no contra el propio sistema que la posibilita y en el que se hallan confortablemente instalados los medios de comunicación, empresas que pertenecen a conglomerados transnacionales que hacen prevalecer sus intereses económicos a los periodísticos. Si a ello añadimos lo que Fernando González Urbaneja asegura: “Lo peor de la crisis es la ausencia de liderazgo, de ideas y de credibilidad de editores y directores, que sólo ven un horizonte estrecho y sin oportunidades”, a lo que añade: “Y crece la burocracia tecnológica que, con la excusa de las novedades, hace caso omiso de la naturaleza y los elementos del periodismo profesional”, hemos de concluir que el periodismo, como el teatro, se ha instalado en una crisis perpetua.

Es posible que ésta sea una condición de la posmodernidad, que no ha sabido acoger a aquellos idealizados reporteros y editores que, a principios del siglo pasado, tuvieron como principal bagaje tecnológico la máquina de escribir. Precisamente de ello se lamenta el editor Alejandro Katz en un artículo sobre el tránsito de lo analógico a lo digital y su significado en profesión editorial publicado en Claves de la Razón Práctica. Falta motivación y de visionarios que miren más allá de los nubarrones que se ciernen hoy día sobre el periodismo. Pero sobretodo falta de esa vocación que le hacía expresar a Camús que “vale la pena luchar por una profesión como ésta”.

Son muchas las zozobras sobre las que se bate el periodismo. Sin embargo, si algo caracteriza a esta profesión es el navegar preferentemente en aguas peligrosas. No se entiende un periodismo de aguas calmas, donde ningún peligro acecha. Pero hay dos amenazas que son inmanentes a la profesión: la de su acomodo a los encantos de lo establecido y la que lo convierte en diana de quienes no toleran su existencia.

La primera es una amenaza interna difícil de vencer desde la precariedad laboral y la remuneración que no reconoce la cualificación de sus profesionales, a los que considera mano de obra barata que se contrata a destajo. Y la segunda, una amenaza externa que hasta la fecha, según el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), ha ocasionado el encarcelamiento de 145 periodistas en 2010 y, lo que es inaceptable desde cualquier punto de vista, la muerte de más de 50 periodistas a causa de su trabajo y en cumplimiento de su deber, según el Instituto Internacional de Prensa, “por conflictos, militantes, matones, gobiernos, narcotraficantes, políticos corruptos y agentes de seguridad inescrupulosas”, en palabras de la directora interina del mismo, Alison Bethel McKenzie.

Es indudable que el periodismo es una profesión de riesgo, pero no debería serlo más que cualquier otra profesión que se expone a accidentes y circunstancias involuntarias e inevitables. Pero a diferencia de esas otras profesiones, el periodismo es imprescindible, en opinión de Juan Cruz, para articular una democracia avanzada en nuestras sociedades. Su existencia no es una exigencia corporativista, sino una obligación social que garantiza la libertad de los ciudadanos y el control del poder a través de una opinión pública fundamentada. Una función tal elevada como el riesgo que la asiste.

Fernando González Urbaneja, citado en Juan Varela en el blog Periodistas21.
Alejandro Katz, entrevista en Claves para la Razón Práctica, nº 207. Madrid, 2010.
Frase de Camús citada por Jean Daniel en entrevista con Juan Cruz Ruiz en “¿Periodismo? Vale la pena vivir para este oficio”, Ed. Debolsillo, Barcelona, 2010.
Juan Cruz, obra citada.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Una joya insaciable

Que la sanidad es la “joya de la corona” del Estado español, junto a una educación con todas sus deficiencias, no lo discute nadie. Ello hace de nuestro país un lugar envidiado por cuantos valoran la seguridad de ser atendidos cuando la enfermedad hace su aparición y a la hora de enviar a los hijos a una enseñanza garantizada desde preescolar hasta la universidad. Son derechos tan asumidos que no nos molestamos en percibir como una conquista que haya que defender. Ni siquiera cuestionamos su coste, sin duda una de las partidas más voluminosas de los Presupuestos Generales del Estado.

La sanidad, por ejemplo, es un gasto que no tiene límites. Cualquier ampliación de los recursos destinados a sufragarlo se vuelve insuficiente mucho antes de poder disponer del mismo. Ello es debido, no sólo al aumento de la población asistida, sino al imparable avance de los medios técnicos y humanos en que se sostiene y al abanico creciente de patologías que trata de cubrir. No es algo que se pueda percibir fácilmente cuando acudimos a un centro de salud por dolencias comunes o por recetas, sino cuando engrosamos en una lista de espera de un órgano para un trasplante o cuando la vida depende de una red periférica de unidades de diálisis que nos brindan una movilidad cercana a la normalidad.

La complejidad de los servicios médicos y quirúrgicos que la sanidad nos ofrece es no sólo impresionante, sino imparable, algo consecuente a la evolución de la propia sociedad española. Ya no nos conformamos con la satisfacción de las necesidades básicas, sino que exigimos también la cobertura de aquellas posibles situaciones extraordinarias que deterioran nuestro concepto de salud e integridad individual y social. Así, por ejemplo, desde programas de prevención de enfermedades (vacunaciones, unidades antitabaquismo, etc.) hasta la aplicación de terapias sofisticadas (tomografías, trasplantes, fecundaciones “in vitro”, etc.), hacen de la sanidad una joya insaciable, que consume todos los recursos que se le dediquen.

Es posible que una gestión diferente podría lograr cierto ahorro, pero no conseguirá detener la voracidad del sistema. La mayor contención del gasto vendría dada por parte de los beneficiarios, haciendo un uso racional de las prestaciones. Y ello sólo será posible cuando se aprecie a la sanidad como un bien que a todos interesa conservar, valorando la importancia que tiene para nuestro bienestar. Es con esa finalidad donde se enmarca la propuesta de despachar las medicinas en formatos unidosis, dispensando la cantidad exacta que el facultativo estima necesaria para un tratamiento. Es una medida encaminada a conservar lo que causa admiración en países vecinos. Porque todo lo que se pueda ahorrar en farmacia se podrá invertir en cualesquiera de las “bocas” de una sanidad insaciable. Una joya cara de nuestro bienestar, pero imprescindible

jueves, 9 de diciembre de 2010

Periodismo, pero honesto

El periodismo se rige por unas normas que procuran la honestidad con el lector para ganarse su confianza. No se trata de contar aquello de lo que se es testigo o la opinión que a uno le merece cualquier suceso, como se hace abundantemente en los blogs que inundan Internet. Periodismo es algo más: es guiarse por una ética que implica estar seguro de lo que se difunde, acudir a fuentes solventes que confirman o desmienten los hechos, renunciar al rumor y la mentira, citar a personas con su previa conformidad y mantener la independencia de criterio ante cualquier intento de presión o influencia.

Ser periodista es tan noble como cualquier profesión que se ejerza desde el compromiso personal con el deber, el deber con la verdad y la razón, únicas muletas en las que debe apoyarse cualquier trabajo. Servir de vocero a la gente requiere la transparencia del espejo que refleja a esa gente curiosa su imagen y las circunstancias que les condicionan, personas que procuran conocer lo que a todos nos afecta, sin deformaciones ni prejuicios intencionados, aunque sea imposible la verdad aséptica y simple.

Por ello existen unas normas y códigos deontológicos que muchos respetan: los honestos consigo mismos y con su profesión. No pueden evitar el error, pero lo reconocen y muestran su humildad en las disculpas que nadie les exige, lo que aumenta su prestigio y lealtad con quienes les siguen en cualquier medio de comunicación.

Ser periodista no es simplemente escribir lo que pasa en nuestro entorno, como haría cualquiera, sino responder a ese imperativo de rastrear las causas que explican los hechos para que todos conozcan el porqué de las cosas. Son atributos de los que aún carece el periodismo ciudadano, ese que abunda en los blogs, donde la libertad se confunde con la irresponsabilidad y la vanidad repele a la información.

Ver: Periodismo ciudadano

Mendigos

Los huérfanos de toda esperanza, náufragos en las frías aguas del desamparo, se aferran a la miseria como única pertenencia que les es asequible y con la que combaten el rechazo de quienes les ignoran, condenándolos a la más sucia de las soledades, la que carga con el desprecio de todos los verdugos que en el mundo somos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Fotograma, 29

El niño metió toda su infancia en una maleta de cartón para emprender un viaje vital. Allí, junto a la ropa de la familia, quedaron los años fragmentados de una niñez que acabó siendo remota, como el recuerdo de un sueño del que se duda de su existencia. Era el final de su infancia, aunque todavía no lo sabe. Fue una tarde de la que no olvida la orden del padre para que rotulara los datos postales directamente sobre la tapa de la maleta, a la que habían atado con cuerdas. Lo hizo con indecisión y ocupando un espacio ridículo en una esquina de la tapa. El padre rió y cogió el rotulador para, con letras grandes, estampar la dirección en toda la tapa. El niño no comprendía nada. Lo único que sabía es que iban a coger un avión y que estaba ansioso por sentir esa experiencia nueva. Atrás quedaría un mundo reducido a retazos incompletos que constantemente despertarían la curiosidad de lo perdido, de lo olvidado. Fue un salto en medio de la noche a otra dimensión totalmente distinta, tan diferente como la adolescencia de la niñez. Ambas se superpondrían y de ambas tuvo el niño que escoger los asideros para no perderse, para forjar su personalidad y su rumbo.

Aquella noche, al subirse al avión y mirar la oscuridad a través de la ventanilla, sintió vértigo, el vértigo a lo desconocido, tan intenso como el miedo, igual de frío y paralizante. Sus recuerdos unen ese miedo con los de una noche interminable en la que el rumor de los motores impedía conciliar el sueño y los paseos a los aseos constituían el único entretenimiento.

Pero más tarde lo sabría, conocería a donde se dirigían. Iban a un país lejano que tenía otra cultura aunque hablaran el mismo idioma. Lo supo porque tuvo que zambullirse en unas costumbres a las que le costó adaptarse. Nadie se adapta a los cambios bruscos. Ni dejar de ser niño de repente para ser hombre. Pero esas iban a ser las consecuencias. Se dirigían a un país al que toda la familia, padres y hermanas, llegarían con la inseguridad de quien se pierde en un territorio extraño. Sólo el padre parecía confiar en el destino, porque perseguía el suyo, su vocación. Y es el padre el que mueve a la familia y la traslada de un lugar para otro. El niño rememora habitaciones de hotel y la inmersión en una ciudad extraña. Son recuerdos cubiertos por las tinieblas de la noche, tan negra como el cielo que se escudriñaba desde la ventanilla del avión. La luz tardaría en aparecer, la luz del día y del futuro, un futuro desde el que el niño se retrotrae para descubrir su pasado y recuperar una infancia que definitivamente se cierra con el vuelo de ese avión que lo arranca de sus raíces. Atrás quedaría un pueblo perdido entre las montañas de una isla del Caribe que el niño se niega a olvidar.

domingo, 5 de diciembre de 2010

La opinión de un controlador

La opinión de un controlador: "Estoy totalmente en desacuerdo, y además me siento profundamente avergonzado e indignado por lo que he visto y oído en los últimos meses en la torre y en la sala de control".
http://www.libertaddigital.com/opinion/francisco-capella/huelga-de-controladores-aereos-55769/

sábado, 4 de diciembre de 2010

El menosprecio de los controladores


Cualquier atisbo de razón que pudieran albergar los controladores aéreos ha quedado anulado por la inopinada, que no improvisada, respuesta de paralizar completamente el espacio aéreo español, dejando en tierra a más de trescientos mil viajeros, rehenes de la situación. La contundente respuesta del Gobierno, militarizando de facto a los controladores y declarando el estado de alarma por la actitud irredenta de estos, ha sido secundada por la casi totalidad del espectro político y por una población que asiste entre sorprendida e indignada al pulso de unos profesionales tan cualificados que se arrogan, en un alarde de corporativismo, la potestad de menospreciar el interés público a la hora de defender sus derechos y no pocos privilegios.

Tal vez valoraran la debilidad del Ejecutivo y la delicada situación del país para conseguir sus propósitos, pero eso sólo demuestra la voluntad de un gremio en arrodillar a un Gobierno que, como fiera acorralada, ha sabido defenderse en los primeros embates del enfrentamiento. Ha sido una decisión inédita en España (Ronald Reagan también tuvo que militarizar a los controladores norteamericanos en una ocasión), aunque prevista en las leyes para casos excepcionales en que no se pueden prestar servicios a la comunidad. Y ha sido una medida extrema que tendrá consecuencias y deberá mostrar su oportunidad y eficacia. La fiscalía ya ha advertido del delito de sedición que pende sobre los que desobedezcan ahora las órdenes militares.

Sin embargo, queda por saber si se sabrá imponer, con ayuda militar incluida, la racionalidad y la firmeza ante quienes anteponen sus reclamaciones particulares, sean las que fueran, y no dudan en chantajear a la ciudadanía. Queda por ganar el pulso.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Los papeles de la vergüenza

Está causando cierto revuelo la difusión de los documentos confidenciales filtrados por Wikileaks, una página de Internet que se dedica a cumplir una de las funciones del periodismo: desenmascarar al poder, sacar a la luz lo que desea que permanezca oculto. No es que revele secretos de Estado, aunque algunos, especialmente los Estados Unidos de América, así lo consideran y emprenden una campaña de desprestigio para intentar callar a su responsable, Julian Assange, acusándolo de abusos sexuales.

Es lógico que EE.UU. esté preocupado por las repercusiones, más de imagen que por seguridad, que la revelación de las notas y documentos de su Departamento de Estado está generando. Repercusiones a causa del cinismo y la hipocresía con que se comportan los autores de los cables y memorandos hechos público, pues ponen al descubierto, no asuntos o intenciones que se ignoren, sino la mediocre y prepotente capacidad del que ocupa puestos cuya responsabilidad exigiría una preparación más cuidada que la que se desprende de la lectura de los manuscritos. Es bochornoso descubrir que la clase dirigente en la que confiamos la dirección política de la nación tenga los mismos bajos instintos hacia el cotilleo y el chalaneo que cualquier pandillero de la calle más marginal de cualquier arrabal. Y que esa preocupación por la presunta estabilidad emocional de la Presidenta de Argentina, las fiestas de Berlusconi, la altivez de Sarkozy o las ínfulas de Aznar de creerse imprescindible constituyan secretos de Estado. O que fiscales, ministros y gobiernos sean receptivos a las presiones a favor de los intereses de la potencia imperial que rige los destinos del mundo mundial, con la aquiescencia de Rusia, la sumisión progresiva al capitalismo de China y las “chinas” de Venezuela y Bolivia, simples granos que por ahora se toleran.

Los papeles de Wikileaks son simples chismes de una alta política tan bajobarriera como indecente que nos descubren a un “gran hermano” carente de ética y honradez. Muestran la labor “delicada” de los agentes del Departamento de Estado de USA para encubrir el asesinato de Couso, detectar la corrupción de Marruecos, los planes nucleares de Irán o la complicidad de Pakistán con los talibanes de Afganistán. Es decir, nada que no se sospechara de antemano y se pudiera verificar por cauces menos arbitrarios y mucho más eficaces en las relaciones internacionales.

Sin embargo, los papeles suponen también una pedagogía social al enseñarnos la verdadera naturaleza de las preocupaciones del gobernante. En ese sentido, los papeles de Wikileaks son los papeles de la vergüenza: la vergüenza ajena que causa comprobar un Poder tan chabacano y ajeno a los ciudadanos. Es algo que pone la cara colorada, como la que tiene la señora Clinton y quienes "bailan" al son de su "globalización".

jueves, 2 de diciembre de 2010

December

No es vanidad de falso políglota, sino el pensamiento que brota de pronto ante un invierno que adelanta sus días llorosos, grises y fríos, como las melodías de ese disco de George Winston, pianista americano que acaricia las teclas con una delicadeza exquisita hasta conseguir unas melodías tan íntimas y sensuales como la luz que acompaña a estos días que te obligan a refugiarte en ti mismo.

December es un disco antiguo (1982, Widham Hill Records) que se mantiene fresco cuando el invierno empieza a golpear los cristales de las ventanas con la niebla húmeda de la tristeza. Contiene la música que transporta la soledad cuando se libera de las entrañas que la aprisionan en lo más hondo del alma y se convierte en el susurro de unas notas que logran verbalizar lo que en las gargantas se hace un nudo cada vez que nos impresiona un momento, un afecto o una pena. Es December el disco que siempre me reclama cuando los días me predisponen a encontrarme conmigo mismo.