jueves, 19 de agosto de 2010

Política tabernaria

Lo malo de las disputas no es la confrontación, en especial si es de ideas, sino la radicalización de las posturas entre los adversarios. En su ceguera son capaces, con tal de vencer, de dejarse guiar por actitudes que no respetan modos y maneras. Es como si, ante la lucha que mantienen, todo valiera. Y, en efecto, para algunos personajes de la política española, así es como afrontan las diferencias.

Hacer oposición al Gobierno no sólo es legítimo, sino necesario para el control del poder y la transparencia de su ejercicio. Pero si la honestidad es exigible al que gobierna, también lo es al que lo fiscaliza. Máxime si lo que se está difiriendo son asuntos de Estado, como son el terrorismo, la defensa, los servicios secretos, las relaciones internacionales o los secretos oficiales, que deben quedar al margen del rifirrafe partidista. Se trata de una norma no escrita en los regímenes democráticos que, gracias a la alternancia en el poder, obliga a los partidos y líderes políticos a ser solidarios con quien ejerce temporalmente la responsabilidad de gobernar.

En muchos países de arraigada tradición democrática, los ex presidentes, lejos de criticar al Gobierno de turno, engrosan órganos de consulta gubernamental desde el que son reclamados para ejercer labores de discreta diplomacia o asesorar en determinados temas del que tienen experiencia. Claro que eso se produce en un país normal, con líderes dotados de sentido, no de Estado, sino común.

En España causaría vergüenza, si no fuera tan cotidiano, asistir al espectáculo de utilizar el terrorismo y a sus víctimas, las guerras en las que participamos en virtud de acuerdos internacionales (ONU u OTAN) y cualesquiera otros frentes en los que se pueda debilitar la posición del Gobierno por parte de la oposición. Lo que no imaginábamos es que todo un ex presidente de Gobierno sucumbiera a esta manera de hacer política de barrizal, sin importarle socavar las bazas del Gobierno ante el conflicto con un país vecino. El ex presidente José María Aznar, del Partido Popular, ha visitado la ciudad fronteriza de Melilla para demostrar la debilidad de España frente a Marruecos, creyendo que eso proporcionaba réditos políticos y electorales a su partido. Afortunadamente, cuando lo ha hecho el asunto quedaba zanjado entre ambos países, pero la intervención de un ex presidente contra los intereses de su propia nación deja traslucir un concepto de patriotismo, del que tanto vociferan, bastante utilitario.

Los ciudadanos tienen derecho a suponer que sus dirigentes proceden de unas élites cualificadas y preparadas para los altos deberes que han de desempeñar. Sin embargo, el comportamiento del señor Aznar demuestra lo contrario: para ser político sólo se requiere capacidad tabernaria.

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