lunes, 16 de agosto de 2010

La sacudida de la crisis

La globalización, mercado mundial del capitalismo, ha supuesto el triunfo de un modelo social y económico. No hay alternativas. Las viejas ideologías han muerto aplastadas por el peso imponente del capital. Ni el comunismo ni el socialismo representan hoy en día opciones viables a la sociedad regida por el capitalismo. Su lógica lo impregna todo, toda concepción está contagiada por la economía libre de mercado, más o menos dirigida por unos Gobiernos vulnerables a los flujos del poder económico. La última crisis financiera, nacida por desórdenes especulativos en los EE.UU., lo demuestra. Ninguna economía nacional se ha librado de sus consecuencias ni soslayado la necesidad de contribuir a infundir confianza, aportando los recursos pertinentes, en unos mercados donde se juega la solvencia de países enteros.

Ese es el marco de juego obligatorio. No hay otro. Las ideologías, de derechas e izquierdas, no tienen capacidad más que de aparentar ligeras diferencias en la administración local de los presupuestos, sin poder escapar a las reglas del capitalismo mundial. Ni siquiera los regímenes comunistas clásicos discuten ya el predominio global del sistema capitalista, al que se entregan, intentando que el protagonismo lo asuman los Estados en vez de las empresas, con una arrebatada fe de conversos. Sus economías apenas revierten en el pueblo, sino en tecnologías, ejército y poder.

El socialismo español, si es que existe, puso empeño en una tímida redistribución de las rentas, que la crisis ha obligado a cancelar y cambiar de signo. Ahora las ayudas son para el capital y sus agentes: empresarios y mercado. Se rebajan todos los gastos y se suben los impuestos, en una doble estrangulación del ciudadano indefenso, con tal de demostrar un seguidismo escrupuloso de los dictados del capitalismo que genere la confianza en los mercados, cuya única finalidad es el beneficio. Se invierte en lo que renta plusvalías continuas, sean países, empresas, mercados. Del capitalismo con rostro humano sólo quedan los escombros de un Estado del Bienestar que está en bancarrota, donde hasta las pensiones, cotizadas tras una vida de trabajo, están en discusión (una discusión que estriba en cuánto hay que reducirlas). Incluso las armas que posibilitaron la expansión de la doctrina capitalista por el mundo están supeditadas a la rentabilidad, como se difiere de los proyectos para transformar a los “marines” de los EE.UU. en algo menos costoso.

Las leyes se hacen para proteger intereses y empresas, no para encauzar la participación de los ciudadanos, a quienes sólo les llueven las migajas de cualquier medida adoptada. No es cuestión de ser pesimistas, sino objetivos. La crisis no es del capitalismo, sino de economías a las que había que sacudir para que encarrilaran el rumbo. El rumbo del mercado, se entiende, donde, insisto, prima el beneficio. O nos adaptamos o nos adaptan. No hay otra alternativa.

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