miércoles, 11 de agosto de 2010

Bibi Sanubar

Otro nombre de mujer que sirve de titular al sinsentido de la violencia humana. Otra mujer asesinada por ser mujer y tener la mala fortuna de haber nacido en un país musulmán que se rige por un fanatismo religioso, sumamente machista. Cuesta aceptar la existencia de esta forma medieval de pensar, en pleno siglo XXI, para mantener costumbres que, no sólo tratan a la mujer como a un ser inferior, sino que consideran legal el castigo hasta la muerte a las que incumplan su sometimiento.

Bibi Sanubar era una viuda, de 35 años, que recibió primero 200 latigazos para humillarla públicamente y acabar luego siendo rematada con tres tiros por mantener “relaciones ilícitas”, equiparables al adulterio, con un hombre. Estaba embarazada, lo que no fue un atenuante para ella, sino el más grave agravante. El niño que llevaba en sus entrañas no conmovió a los verdugos para cegar dos vidas, la de la madre y su hijo fetal. Sucedió en Afganistán, en la provincia de Badghis, donde los talibanes, a pesar de la guerra, continúan imponiendo su autoridad y creencias, extraídas de forma literal del Corán.

Es una atrocidad condenable donde quiera que se produzca. Ni el fundamentalismo religioso, la barbarie machista o la idea más justificada pueden basarse en la muerte y el desprecio de la vida, sea mujer o hombre. Desgraciadamente, estas salvajadas no se limitan a Afganistán. En Irán está condenada a morir por lapidación Sakineh Ashtiani (ver post de 11/7/10) a causa de otro adulterio. Y en España, sin ir más lejos, en lo que va de año se contabilizan 46 mujeres asesinadas a manos de su pareja, en una estadística de violencia de género que debería llenarnos de vergüenza (ver post 8/01/10).

La mujer en el mundo padece una doble amenaza: la que sortea cualquier persona para sobrevivir y la del machismo asesino que no renuncia a esclavizarla o eliminarla. En nombre de la religión o de la incomprensión más absoluta, la mujer sigue siendo considerada un objeto cuya propiedad faculta a usarlo o destruirlo según se antoje. La Declaración de Derechos Humanos parece que todavía no alcanza a la mitad femenina de la población, que ha de soportar los prejuicios sexuales y machistas que la sojuzgan en nombre de dioses, costumbres o simple afán de poder. Triste destino de la mujer en una civilización capaz de abolir las corridas de toros, pero se muestra impotente para erradicar la pena de muerte de un ser humano, cualquiera que fuera su delito, y la violencia de género que nos degrada a la animalidad más cruel y salvaje. Si esto es progresar, ¿qué será retroceder?

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