viernes, 18 de junio de 2010

Fotograma, 11

La que sigue al niño, la de en medio, es la hermana que siempre está presente en aquellos años de infancia. Creció junto a él y juntos compartieron muchas vivencias que ahora resurgen remotas e inverosímiles. Ella era el telón de fondo del escenario de su vida, a la que no echaba cuenta porque la sentía cerca, siempre alrededor, como el aire, cubriendo oportuna el flanco necesitado de compañía. Cuando los amigos fallaban, estaba ella para continuar los juegos. Si había que demostrar autoridad, ella estaba para recibirla con humildad. También estaba dispuesta a ser el receptáculo de las confidencias más sinceras, a prestar el apoyo requerido y servir de consuelo espontáneo. Ella misma y sus amigas, en el despertar de una sexualidad confusa, fueron objeto de atención de un niño que exploraba sus sentidos con la precocidad morbosa de la curiosidad. Fue escuela de relaciones que permitió combatir una timidez inútil y la excusa cada vez que había que justificar algún incumplimiento. Para eso estaban los hermanos menores, para que el niño abusara de ellos en un preludio socializador que emulaba el comportamiento adulto. El niño aprende del padre, ansiando su autoridad, y quiere mandar sobre una hermana que, a su vez, ejerce de madre cuando la debilidad y la realidad derrotan al niño. Es el juego de los cachorros que se entrenan para la vida.

Pronto, sin embargo, los caminos tornan rumbos separados que cada cual transita en solitario. El niño se rodea de los amigos que corresponden a su género y edad, y la hermana hace lo propio con los suyos. Crecen en la casa y se forjan una identidad en la calle recorriendo cada cual su propio proceso de formación, pero sin perder jamás el lazo invisible que los mantiene unidos. Es la de en medio la que cuida que la cuerda no se rompa, la que trenza unas relaciones que posiblemente hubieran desaparecido para siempre con el devenir de los años. Se mantiene fiel, así, a ese papel de madre que desde pequeña tiñó su vida, una actitud y un ambiente de los que el niño, aún en la inconsciencia de sus motivaciones, ya pretendía alejarse en busca de un desarrollo autónomo, dejándose guiar por el egoísmo inconfesado con el que se construye la personalidad. La hermana de en medio fue una segunda madre que el niño, salvo en sus recuerdos, nunca quiso reconocer, aunque ella siga ejerciendo como tal.

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